La ONU ha insistido en la importancia de las parteras empíricas para disminuir la mortalidad durante el parto, a nivel mundial
El Instituto Nacional de Capacitación y Educación Socialista (Inces) acreditó a los primeros 63 cultores populares de las montañas de El Molino, Canagua, Chacantá, Mucutuy y Mucuchachí, ubicadas en el municipio Arzobispo Chacón del estado Mérida.
La certificación estuvo orientada a los saberes y haceres de talladores de madera; constructores de paredes de tapia; floristeros; artesanos de velas de cera de abeja; practicantes de medicina ancestral (sobanderos, parteras, cultivadores); pintores; tejedores en fibra vegetal y animal; cesteros; especialistas en danza y coreografía; músicos e instrumentistas de la zona.
Todas estas personas se dieron cita en las casas culturales de sus respectivas parroquias. En el grupo, destacó la participación de dos niños de 11 años de edad, quienes dominan el oficio de la cestería.
Esta actividad, organizada entre el Ministerio del Poder Popular para la Cultura y el Inces, recibió una excelente receptividad por parte de los pobladores andinos.
PARTERAS DE VIDA
Desde hace unos años, el Inces se ha convertido en un espacio donde el pueblo se ha convertido en maestro permanente. Esta “universidad popular” acompaña el aprendizaje y la producción de la clase obrera en el proceso social de trabajo.
Los sujetos institucionales vivieron la ruta de los Pueblos del Sur ubicados en el corazón de las montañas del estado Mérida. Son comunidades que cultivan, no solo alimentos, sino también sus manos, al ritmo de la cultura ancestral del páramo.
La certificación y acreditación de los saberes empíricos y ancestrales de las comadronas es un paso más para escuchar la fuerza creadora del pueblo. El oficio de parteras era muy practicado, en Venezuela, hasta la mitad del siglo XX. Las parturientas daban a luz asistidas por comadronas, que se trasladaban hasta la casa del alumbramiento. A pesar de que el capitalismo hizo que esta costumbre fuese abandonada en los centros urbanos, todavía está presente en los pueblos del Sur del estado Mérida.
Justamente, la ONU ha insistido en la importancia de las parteras empíricas para disminuir las muertes durante el parto, a nivel mundial.
LA VITALIDAD DEL SAGÚ
Una de las personas acreditadas es la señora Francisca Díaz, de 72 años de edad, quien cosecha, recoge y procesa el sagú (tubérculo de esta zona) que, por sus múltiples propiedades alimenticias y nutritivas, es transformado en harina con la que se pueden preparar tortas, arepas, compotas y atoles.
“Aquí, en El Molino, yo soy la única que produce sagú. Por mi edad, ya me cuesta trabajar la tierra recogiendo el sagú, y tengo que buscar obreros que ayuden. Yo le aprendí a mi mamá, a preparar el sagú, que es muy medicinal. Es una mata muy natural porque no lleva nada de venenos ni químicos. Y, cuando no hay otras harinas, tenemos harina de sagú para comer y venderles a los vecinos”, narró.
Como parte de la experiencia pedagógica, el Inces tiene previsto el acompañamiento de un Proyecto Integral Socialista (PIS) para transformar, en harina, el cambur y el sagú. Este PIS ya está en fase de indagación de contexto, en la convocatoria y en el registro de los sujetos sociales residenciados en los Pueblos del Sur, interesados en participar.
TEJEDORES DE VANGUARDIA
Alejandrina de Márquez, mujer de 75 años de edad, lleva 60 años trabajando la palma real, aseguró que el tejido de fibra natural ha sido la única profesión que le ha permitido llevar el sustento a su hogar.
“Mi mama me enseñó. Ella se ponía a tejer, y yo me sentaba a ponerle cuidado, y a bregar, a tejer; bueno… aprendí y, de eso, vivo”. Yo trabajo el bejuco ‘espuela de gallo’, el rollete y otras palmas más, que son bonitas para tejer, pero están muy lejos y, hasta allá, ya yo no puedo ir”, señaló la tejedora.
“Yo nunca hice un curso de nada. ¡Nunca estudié!; solo en Róbinson, y me parece muy bonito que el Inces hoy nos visite, y me reconozca lo que yo hago desde que tenía 15 años. Yo tengo 7 hijos y 24 nietos, a quienes estoy enseñando el tejer, para que también se ayuden”, dijo la anciana.
El testimonio de Alejandrina es parecido al de María Durán. Ella es otra tejedora que desarrolló su talento desde muy pequeña. A sus 86 años, sigue tejiendo. “Yo trabajo la palma, la pongo a secar al sol, y tejo las cestas, los sombreros y las chingaleas (esteras). También, con gancho de palma de la mata de vena, que están en lo alto del monte. Yo tejo, de lo que se pueda tejer”, concluyó esta mujer reconocida por el Inces, como cultora popular.
La certificación estuvo orientada a los saberes y haceres de talladores de madera; constructores de paredes de tapia; floristeros; artesanos de velas de cera de abeja; practicantes de medicina ancestral (sobanderos, parteras, cultivadores); pintores; tejedores en fibra vegetal y animal; cesteros; especialistas en danza y coreografía; músicos e instrumentistas de la zona.
Todas estas personas se dieron cita en las casas culturales de sus respectivas parroquias. En el grupo, destacó la participación de dos niños de 11 años de edad, quienes dominan el oficio de la cestería.
Esta actividad, organizada entre el Ministerio del Poder Popular para la Cultura y el Inces, recibió una excelente receptividad por parte de los pobladores andinos.
PARTERAS DE VIDA
Desde hace unos años, el Inces se ha convertido en un espacio donde el pueblo se ha convertido en maestro permanente. Esta “universidad popular” acompaña el aprendizaje y la producción de la clase obrera en el proceso social de trabajo.
Los sujetos institucionales vivieron la ruta de los Pueblos del Sur ubicados en el corazón de las montañas del estado Mérida. Son comunidades que cultivan, no solo alimentos, sino también sus manos, al ritmo de la cultura ancestral del páramo.
La certificación y acreditación de los saberes empíricos y ancestrales de las comadronas es un paso más para escuchar la fuerza creadora del pueblo. El oficio de parteras era muy practicado, en Venezuela, hasta la mitad del siglo XX. Las parturientas daban a luz asistidas por comadronas, que se trasladaban hasta la casa del alumbramiento. A pesar de que el capitalismo hizo que esta costumbre fuese abandonada en los centros urbanos, todavía está presente en los pueblos del Sur del estado Mérida.
Justamente, la ONU ha insistido en la importancia de las parteras empíricas para disminuir las muertes durante el parto, a nivel mundial.
LA VITALIDAD DEL SAGÚ
Una de las personas acreditadas es la señora Francisca Díaz, de 72 años de edad, quien cosecha, recoge y procesa el sagú (tubérculo de esta zona) que, por sus múltiples propiedades alimenticias y nutritivas, es transformado en harina con la que se pueden preparar tortas, arepas, compotas y atoles.
“Aquí, en El Molino, yo soy la única que produce sagú. Por mi edad, ya me cuesta trabajar la tierra recogiendo el sagú, y tengo que buscar obreros que ayuden. Yo le aprendí a mi mamá, a preparar el sagú, que es muy medicinal. Es una mata muy natural porque no lleva nada de venenos ni químicos. Y, cuando no hay otras harinas, tenemos harina de sagú para comer y venderles a los vecinos”, narró.
Como parte de la experiencia pedagógica, el Inces tiene previsto el acompañamiento de un Proyecto Integral Socialista (PIS) para transformar, en harina, el cambur y el sagú. Este PIS ya está en fase de indagación de contexto, en la convocatoria y en el registro de los sujetos sociales residenciados en los Pueblos del Sur, interesados en participar.
TEJEDORES DE VANGUARDIA
Alejandrina de Márquez, mujer de 75 años de edad, lleva 60 años trabajando la palma real, aseguró que el tejido de fibra natural ha sido la única profesión que le ha permitido llevar el sustento a su hogar.
“Mi mama me enseñó. Ella se ponía a tejer, y yo me sentaba a ponerle cuidado, y a bregar, a tejer; bueno… aprendí y, de eso, vivo”. Yo trabajo el bejuco ‘espuela de gallo’, el rollete y otras palmas más, que son bonitas para tejer, pero están muy lejos y, hasta allá, ya yo no puedo ir”, señaló la tejedora.
“Yo nunca hice un curso de nada. ¡Nunca estudié!; solo en Róbinson, y me parece muy bonito que el Inces hoy nos visite, y me reconozca lo que yo hago desde que tenía 15 años. Yo tengo 7 hijos y 24 nietos, a quienes estoy enseñando el tejer, para que también se ayuden”, dijo la anciana.
El testimonio de Alejandrina es parecido al de María Durán. Ella es otra tejedora que desarrolló su talento desde muy pequeña. A sus 86 años, sigue tejiendo. “Yo trabajo la palma, la pongo a secar al sol, y tejo las cestas, los sombreros y las chingaleas (esteras). También, con gancho de palma de la mata de vena, que están en lo alto del monte. Yo tejo, de lo que se pueda tejer”, concluyó esta mujer reconocida por el Inces, como cultora popular.
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