
Hipólita y Matea Bolívar
Negra Hipólita
Nació en el año 1763 en la Hacienda de San Mateo, propiedad de Don Juan Vicente Bolívar, situada a escasos minutos de Caracas. Para la época, los esclavos llevaban el apellido de sus amos, en representación de propiedad y como destino de servirle a su señor. Lo que para muchos esclavos era motivo de infortunio, para Hipólita llegó a representar alegría, satisfacción y orgullo.
Desde su adolescencia se le conocía como la flor de las esclavas de la familia Bolívar ya que lucía como un hermoso exponente heterogéneo, mezcla de hombre blanco y mujer negra, incluso se ha descrito su apariencia como “una bella y elegante mujer blanca teñida de chancaca quemada”.
A finales de 1782, contando 19 años fue trasladada a Caracas por órdenes de Don Juan Vicente para atender a su esposa que estaba embarazada. Se dice que esta negra, tenía el más puro perfil que buscaba: Inteligente, vigorosa, honesta, prudente, respetuosa, de carácter dulce y jovial, poseía una hechizante juventud y al parecer se distinguía de las demás siervas por el tierno amor a los niños; amor que demostraba generosamente con todos los pequeños hijos de las esclavas del caserío de San Mateo.
Doña María de la Concepción estaba encinta y no podía regalarle a su criatura ni siquiera unas gotas de su leche. Según los familiares y allegados “dos motivos había para tan severa realidad: No tenía alimento y si lo tuviese estaba tuberculosa y no podía proporcionárselo”.
Don Juan Vicente mandó a iniciar los preparativos de casamiento de la Negra Hipólita con Mateo, un esclavo joven. Hipólita quedó embarazada, pero daría a luz un mes después que su ama, lo que ocasionó la búsqueda transitoria de una “ama de leche” que ofreciera el primer e ideal alimento al recién nacido.
El pequeño Simón Antonio tuvo entonces que empezar a amamantarse con Inés Mancebo de Mijares, una matrona cubana, amiga y vecina a la mansión Bolívar. Así estuvo hasta que la Negra Hipólita dio a luz.
Desde el primer día de contacto con Hipólita, aquel niño de cejas pobladas y cabello ensortijado se posesionó de sus cargados pechos, los consideraba su territorio y los buscaba cada vez que era necesario, así además de alimentarlo, esta mujer transmitió a Simón calor y amor materno.
El ilustre Libertador se fue formando y creciendo sobre las caderas de la carismática negra. Hipólita se convirtió en su compañera de juegos preferida y en el mejor escondite para sus travesuras. Esta Negra, no sólo calmó con su seno el apetito del niño sino que se ocupó luego de él, ya más crecido; sobre todo después de la muerte del coronel Bolívar, ocurrida cuando Simón tenía apenas dos años y medio.
Junto con su veneración por Doña Concepción, su “buena madre”, y el cariño a Doña Inés, Bolívar guardó siempre en su pecho un sentimiento de afecto, gratitud y respeto hacia la esclava que, en su tierna infancia, le sirvió de guía y cumplió para con él las funciones de padre, después de haber sido su nodriza, siendo fundamental en el desarrollo de la personalidad del Libertador de América.
Desde el Cuzco, el 10 de julio de 1825, Bolívar envió a su hermana María Antonia una carta que revela el sentimiento de gratitud que el Libertador guardó por esta esclava: “…Te mando una carta de mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere; para que hagas por ella como si fuera tu madre, su leche ha alimentado mi vida”…
Negra Matea

Matea estuvo viviendo en la hacienda de los Bolívar en San Mateo y también en la casa de María Antonia, hermana del Libertador. Hizo de aya, muy niña, de los Bolívar más pequeños, entre ellos Simón, un tanto menor que ella.
La Negra Matea vio morir a Antonio Ricaurte en la batalla de San Mateo, luego Bolívar le otorga libertad, sin embargo, ella no se quiso ir, se quedó con la familia. Parte junto con María Antonia, hermana de Bolívar a La Habana, Cuba, huyendo de la persecución de los realistas. Una vez liberada la Patria regresa a Venezuela y se entera de la muerte de su tan querido Simón.

India Apacuana
Vivió en los Valles del Tuy entre los años 1550 a 1577 y perteneció a la familia Caribe de los Mariches. Lideró el ataque contra los españoles tras convencer a su pueblo de alzarse contra el invasor Francisco Infante. Luego de una hábil estrategia para aprovisionarse de armas, lidera el exitoso ataque contra los españoles. Estos regresan en reiteradas ocasiones a enfrentar a los aguerridos indígenas. El español García García, provisto de un gran grupo de hombres armados con arcabuces, en sorpresiva acción captura a la brava Apacuana y luego de humillarla, fue ahorcada.
Su cadáver fue colgado a la orilla del camino para atemorizar al resto de los indígenas rebeldes. El nombre de la población de Cúa es un homenaje popular a esta valiente mártir de la libertad y a su pueblo que prefirió desaparecer antes que ser dominado. El pintor y dramaturgo César Rengifo, en su obra Apacuana y Guaricurián, pone en boca de la jefa indígena palabras “¡Ve a decirles que yo acepto mandar en esta hora a nuestra gente y que habré de guerrear hasta el momento que salga el invasor de nuestra tierra!”.
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